El modesto dispositivo utilizado queda a disposición de
los investigadores, siendo el mismo fácilmente duplicable
y ampliamente perfectible a costo
mínimo.
Como se reiterará a lo largo de este artículo,
solo se trata de observar el efecto debido a la diferencia en las
velocidades de luz -ni es
necesario medirlas- entre la luz directa de un arco voltaico y la
misma después de atravesar un vidrio.
El análisis que fundamenta este experimento
revela en forma completa que la relatividad einsteiniana no da
razón de los fenómenos a los que se refiere. Para
quienes las teorías
existen para ser refutadas no tiene que ser una sorpresa, y menos
si se conoce la génesis de la teoría
en cuestión, porque bien es sabido que Einstein
basó su faena en el abandono de la lógica
formal, a la cual toda ciencia
verdadera debe estar subordinada.
Es necesario recalcar la siguiente redundancia: una
teoría que contradice los principios
supremos de la existencia nada verdadero puede decir sobre la
misma.
La diferencia en las velocidades de luz, exhibida por este
experimento, no había sido observada en anteriores
intentos en los cuales se pugnaba por rebatir su principio de
constancia: errores de juicio derivados de la mala
asimilación del principio de relatividad llevó a
que la luz utilizada en tales experiencias no fuera la adecuada
sino que procediera de cristales, espejos u otros elementos
inmóviles respecto del punto de observación.
Como ya se dijo, la posibilidad de que la velocidad de
la luz en el vacío pudiera cambiar por la interferencia de
estos objetos y que c no fuera otra cosa que su velocidad
después y con respecto de los mismos, fue considerada
desde un principio (pero no lo suficiente), pasando desapercibido
que este es un hecho necesario dada la universalidad del
principio de relatividad de Galileo.
¿Qué es lo hace que el físico desestime
automáticamente la idea de que cuerpos transparentes y
reflectantes puedan cambiar la velocidad de la luz en el
vacío? (preste atención a cómo funciona su propio
razonamiento). Pues: un grave prejuicio que
no es otro que el "espacio", una idea erróneamente
entendida tal que referente de movimiento,
que durante veinticinco siglos, desde Zenón de Elea hasta
Einstein, ha descaminado los razonamientos hacia conocidas
aporías y paradojas. (Difícilmente Ud. logre
concebir que la velocidad de la luz sea distinta entre antes y
después de pasar un cristal porque da por hecho que el
medio de propagación de las ondas es el
mismo: universal. Pero no olvide el siguiente hecho: tal sistema universal
contradice el principio de relatividad).
Confirmada la naturaleza
ondulatoria de la luz a principios del siglo diecinueve, a este
hipotético espacio donde la materia
ocuparía lugares se le acredita la propiedad
sugerida por Huygens de transmitir tales ondas,
instalándose así el "éter" y con él
la incongruencia ficticia entre la dinámica de Newton y la
electrodinámica de Maxwell que hiciera derivar la física hacia la
teoría de la relatividad restringida.
En el ámbito de la física, donde la
lógica debería regir, esta no habrá tenido
nunca menos crédito
como en los tiempos que corren. Cuando aún se razonaba al
respecto, dicha concepción del espacio era la premisa
falsa que impedía a los investigadores inferir que el
principio de relatividad implica la necesaria dependencia de la
velocidad de la luz del estado de
movimiento de la fuente y/o del observador.
Tal impedimento se debe a que el espacio absoluto devenido en
éter supone la dependencia de la velocidad de la luz del
movimiento del observador, pero no del de la fuente, lo que diera
origen a una serie de experimentos
verificadores, que vistos desde esta perspectiva no podían
tener éxito.
A pesar de las milenarias advertencias sobre lo
engañoso de nuestras percepciones e ideas preconcebidas,
el análisis del movimiento y la luz no ha sido lo
cuidadoso que debiera. La falsedad del segundo principio de la
teoría de Einstein es patente porque niega todo movimiento
que no sea el de la luz: La velocidad de la luz no puede ser
constante porque, obviamente, la distancia se modifica
continuamente entre una fuente y un observador que se acercan o
se alejan respectivamente según su velocidad relativa,
pero el intelecto de los físicos mal puede advertir esta
obviedad, aturdidos como se hallan por los prejuicios que
componen el conservadurismo científico. Tal es así
que me veo en la absurda tarea de explicar cinemática de la escuela primaria.
Véase:
El dibujo de
abajo nos representa inmóviles respecto de la fuente de
luz, y la flecha es la luz que nos llega.
Si nos movemos desde o hacia una fuente de luz, las
modificaciones en la distancia que la luz recorre desde esa
fuente hasta nosotros dependen necesariamente de nuestra
velocidad y dirección. Y si la distancia recorrida
depende de ello, también de ello depende el tiempo de ese
recorrido.
Igual sucede con la distancia que recorre la misma luz
-siempre respecto de la fuente- entre dos puntos fijos en nuestro
sistema de coordenadas y con el tiempo de este recorrido.
Por lo tanto, siendo este tiempo relativo, la relatividad de
la velocidad de la luz es inapelable: la distancia y por lo tanto
el tiempo de recorrido de esa luz entre dos puntos fijos en
nuestro sistema de referencia depende de nuestra velocidad y
dirección respecto de la fuente.
Ni Einstein puede negar (ni lo hace como puede verificarse en
sus experimentos mentales) que el tiempo de recorrido de una
misma luz depende de la distancia que recorre.
Aquí es donde la recalcitrancia alegaría que
"todo bien hasta aquí, pero para los observadores de
saquito azul el tiempo de recorrido es el de la ecuación
encima de sus cabecitas, está totalmente comprobado". Las
mentes colonizadas por la teoría de Einstein pasan por
alto, encerrados en una burbuja subjetivista, lo que por otro
lado dan por hecho: que una misma luz no recorre distintas
distancias en un mismo tiempo; este es una realidad objetiva y
las preferencias de los sapiens sapiens no le van ni le vienen.
En "la burbuja subjetivista" la luz tiene velocidad única
para estos fieles, ni un pelo se les mueve aún suponiendo
que la luz proviene de una fuente con velocidad inmensa y en
cualquier dirección; aunque imaginen que la distancia
recorrida por la luz entre fuente y observadores cambia
agigantadamente para más o para menos.
Las paradojas de esta teoría no brotan de premisas
coherentes (tal inferencia es lógicamente imposible), las
premisas son contradictorias: en la misma teoría convive
el teorema clásico de adición de velocidades (que
se supone la misma había invalidado) y el principio de
constancia de la velocidad de la luz.
Lo anterior en letras cursivas se puede resumir en: "Existe el
movimiento entre los cuerpos, ergo, la velocidad de la luz es
relativa". Por lo tanto todas las observaciones
astronómicas, todos los experimentos y testimonios que den
fe de lo contrario están equivocados, sin que importe el
número, prestigio o autoridad de
los testigos.
El principio de constancia de la velocidad de la luz es
insostenible porque contradice, en la situación descripta,
nuestro alejamiento o acercamiento a la fuente. Contrariamente a
lo que debería esperarse, esta evidencia no suscita, en
los relativistas ni en los físicos en general,
irrefrenables deseos de revisión, como si una suerte de
subconciencia colectiva, atávicamente enfocada en la
supervivencia y no en la ciencia,
desalentara "por si acaso" semejante iniciativa.
Como se habrá notado, el párrafo
arriba escrito en letras cursivas contiene el único
razonamiento posible, para los fines prácticos es el mismo
que inspiró los experimentos de Michelson y otros: la
dependencia de la velocidad de la luz del movimiento del
observador. Estando este sobre la Tierra
podría medir su velocidad absoluta.
¿Por qué los resultados no correspondieron a esa
expectativa?
Porque no existe tal espacio referente de movimiento que sea
el medio de propagación de la luz; porque la velocidad de
esta también depende de la velocidad de la fuente; y
porque los cristales y espejos se comportan como fuentes. Por
lógica consecuencia la luz se propagó entre puntos
fijos en el sistema de estos.
Hay solo dos razones para que la luz viaje en un sistema de
referencia a la velocidad que hoy se supone única: o se
está inmóvil respecto de la fuente, tal cual el
dibujo de arriba, o la velocidad de la luz se está
modificando en algún elemento transparente o reflectante
perteneciente a ese sistema: en el dibujo referido tal elemento
transparente se halla el punto A en este caso, dando lugar a dos
velocidades distintas entre antes y después del mismo, lo
cual explica automáticamente el resultado de los
experimentos en que la relatividad de la velocidad de la luz no
ha sido observada.
Esta transitada y obligada disquisición no reniega de
la física clásica, no especula con fenómenos
descabellados y no se enreda en paradojas; pero a pesar de no
haber otra explicación coherente, difícilmente la
asimilen los físicos actuales, porque -al igual que sus
predecesores- en ellos el espacio absoluto es, como decía
Kant,
"condición a priori de la intuición", por lo que en
sus mentes no hay lugar para más de una velocidad de luz
en el vacío, siendo ciegas, por este motivo, a la
intrínseca dependencia de la velocidad de la luz del
estado de movimiento de la fuente y/o del observador.
Es justo recordar que Michelson interpretó
correctamente el resultado de su experimento: "la hipótesis del éter es falsa".
Consecuente con ello construyó otro aparato con la
intención de verificar que la luz cambiaba de velocidad en
los espejos, de modo que si estos se movieran a velocidad v la
velocidad de la luz reflejada sería c + v ó c – v
según el sentido del movimiento de los espejos.
Para esto fueron utilizados dos espejos que se movían
velozmente describiendo una circunferencia como los pedales de
una bicicleta.
Esta oportunidad para demostrar que la luz cambia de velocidad
al reflejarse se frustró debido al desacuerdo entre el
arreglo del dispositivo y sus intenciones porque, como se puede
verificar (encontré dicho aparato en la web advertido por
un amable lector), el efecto de c + v en uno de los espejos es
anulado por el de c – v en el espejo opuesto; un error
fácil de corregir para quién tenga los medios y la
actitud
científica necesaria.
El principio de constancia de la velocidad de la luz, rebatido
por el dispositivo a describir, es una aberrada interpretación de los experimentos
anteriores, ya que dicha constancia ha sido solo observada en
dispositivos inmóviles respecto del origen de la
trayectoria de la luz estudiada: a menudo cristales y
espejos.
En cambio el
resultado de nuestro experimento demuestra que la luz directa de
un arco voltaico (sin la interferencia de cristales y espejos)
consta de distintas velocidades y también que todas ellas
son luego igualadas al retransmitirse en un cristal. Esta es la
hipótesis
principal que verifica este experimento: la luz tal que onda no
traspasa cristales ni rebota en espejos, sino que, pudiendo tener
cualquier velocidad al llegar a estos elementos, se retransmite
en ellos y luego sí respecto de ellos su velocidad es
única. De ahí la equivocada creencia en su
constancia ya que la retransmitida en un objeto inmóvil
respecto del observador es la única velocidad de luz
históricamente medida.
La analogía con las ondas de sonido, para
ayudar a entender este fenómeno, es la siguiente:
Las ondas sonoras producidas por una sirena fija en tierra se
propagan respecto de su fuente a la velocidad s conocida para
estas, pero al alcanzar un contenedor hermético que se
mueve con velocidad v, el sonido se retransmite en la materia del
contenedor propagándose en el aire dentro del
mismo a la velocidad s + v ó s – v, según el
sentido del movimiento del contenedor respecto de la sirena fija
en tierra.
Así como en este caso el sonido tiene diferentes
velocidades porque se propaga en medios propios que se mueven a
velocidades distintas, la luz también puede propagarse con
diferentes velocidades respecto de un observador si su fuente se
mueve a velocidades distintas ya que lo hace en un medio propio
intrínseco a la fuente.
En lugar del material del contenedor que retransmite las ondas
de sonido debemos suponer un cristal transparente que retransmite
las ondas de luz. En ambos casos tenemos dos velocidades
distintas entre antes y después de los elementos
retransmisores.
Para un observador que viaje en el contenedor no hay
modificación en la frecuencia del sonido entre antes y
después del cambio de velocidad en el material del
contenedor, y para alguien inmóvil respecto a un espejo o
cristal tampoco hay variación en la frecuencia y
energía de la luz, pudiendo ser distinta su velocidad
antes y después de estos elementos.
Dado que el oído y el
ojo detectan las frecuencias de las ondas de sonido y de luz
respectivamente y no sus velocidades, no somos conscientes de los
cambios en estas, salvo que se dispongan las cosas
convenientemente.
Debido al prejuiciado diseño
de los experimentos anteriores, hasta hoy no se había
observado la velocidad de la luz directa generada en un arco
voltaico. Hemos escogido este tipo de fuente por tratarse de luz
emitida por un conjunto abigarrado de fuentes móviles de
múltiples velocidades que permite evitar la interferencia
del vidrio, lo cual no es posible en otros tipos de fuentes de
luz encapsuladas en ampollas.
El resultado de este experimento revela que es la
física de Newton, tal cual era entendida antes de la
implantación del éter, la que describe
coherentemente los hechos de los que hoy se ocupa la llamada
física moderna, y que si alguna teoría debe
llamarse "de la relatividad" a ella le corresponde. Su
desplazamiento por el contradictorio conglomerado de
teorías con que hoy se cubre el espectro de
fenómenos no se debió a su pretendida
inadecuación a los mismos sino a su incorrecta
aplicación. Solo por ello hubo problemas que
no se resolvieron dentro del paradigma
newtoniano y no porque este se hubiera agotado como hoy se
cree.
Sucede que Newton es parte responsable de la actual
confusión: es sabido que adhería conscientemente al
espacio absoluto. Si bien la relatividad galileana lleva asociado
su nombre, en realidad este investigador no había
asimilado este concepto (la
relatividad y el espacio absoluto son ideas contradictorias) a
pesar de que no faltaron contemporáneos que se lo hicieran
notar. Sumergido en el "espacio" no podía vislumbrar las
consecuencias de sus propias leyes por lo que
el despliegue de la relatividad en el marco clásico
está pendiente desde hace trescientos años.
Como veremos más adelante, la relatividad einsteiniana
no es su continuación ni su generalización sino un
contradictorio híbrido de relatividad y una versión
del "espacio", al cual se le atribuye propiedades que determinan
la constancia de la velocidad de la luz y la fuerza de
gravedad.
No obstante, desde el enfoque newtoniano anterior a la
adopción de la hipótesis del
éter, la luz podía tener cualquier velocidad, pero
con el éter se instituyó que era solo una en el
vacío -cuando Newton ya no vivía desde hacía
casi un siglo.
A pesar de la creencia de Newton en el espacio absoluto este
es indeterminable mediante sus leyes; tampoco él hubo
sugerido, dada su teoría corpuscular de la luz, que ese
fuera el medio de propagación de la misma, por lo cual no
es verdad que provenga de Newton que la relatividad
clásica no sea aplicable a los experimentos
ópticos.
Si nos atenemos a la relatividad de Galileo en su
aplicación a estos experimentos, en el propio sistema de
referencia no sería posible diferenciar, por
definición del mismo principio, entre el movimiento
uniforme y el estado de
reposo con una prueba de ese tipo. Dos siglos después de
Newton, mediante los experimentos de Michelson,
-pudiéndose nombrar otros- esta consecuencia había
sido claramente ratificada, ya que no fue posible detectar el
supuesto movimiento absoluto de la Tierra por medio de un
experimento de óptica.
Pero sabemos que no hubo conciencia de
ello sino un aterrizaje en la conclusión opuesta: "la
física de Newton es inadecuada". No se había
entendido que lo sometido a prueba sin éxito en ese
experimento no fue la física de Newton sino la de Young y
Fresnel, cuya ratificación hubiera significado que la
óptica y el electromagnetismo no obedecen a la
relatividad.
Entonces: si antes del siglo veinte la hipótesis del
éter había sido refutada y la física de
Newton reivindicada… ¿Cuál es la
razón de que ciento veinte años después
estemos viviendo en el extraño mundo de Einstein?
La razón es que la comunidad de
la física, contrariamente a lo que la misma cree, nunca se
deshizo de la hipótesis falsa. El veredicto del
interferómetro había sido favorable a Newton y
contrario a la hipótesis que se intentaba corroborar, pero
las creencias vigentes no propiciaron su aceptación.
La búsqueda de una explicación acorde con las
expectativas frustradas condujo a diseños de éter
que convinieran a los resultados, hasta que finalmente, sin una
alternativa mejor a la vista, se instauró el modelo
subjetivista actualmente en boga.
Irónicamente todo argumento discrepante es tachado hoy
como "carente de rigor científico" y "producto de la
ingenuidad del sentido común".
Es de suponer que uno de los componentes de la masiva
adhesión que convoca la relatividad einsteiniana es el
gusto por la ficción, cuyo vuelo es más ameno que
transpirar en el absurdo en búsqueda de la verdad, con la
lógica como brújula y
ningún camino.
Con la única intención de amenizar este informe se trae a
la memoria que
"La máquina del tiempo" de H. G. Wells fue publicado
cuando Einstein tenía quince años, una
década antes de: "Sobre la electrodinámica de los
cuerpos en movimiento". Este autor diría años
más tarde que los ovnis eran
naves terrestres que venían del futuro.
Volviendo a la comunidad de la física, su embotamiento
encuentra explicación en el estar inmersa en el
escándalo de dos creencias invertidas: porque al contrario
de lo que sostiene, de la física original de Newton no se
deduce ningún éter y en la física de
Einstein es uno de sus pilares, porque una sola velocidad de luz
en el vacío es lo que lo define.
El éter de Einstein está a la vista pero
bastó que su autor dijera que prescindía de
él para que se vuelva invisible.
A pesar de las evidencias
experimentales esta hipótesis nunca fue abandonada. Ahora
mismo se forman grupos
internacionales de físicos disidentes cuya disidencia no
es tal, -ya que reivindican el éter- inconcientes de que
su postura es antinewtoniana y de que la teoría de
Einstein también pertenece al conjunto de híbridos
contradictorios que ellos patrocinan.
Por otro lado, los comúnmente denominados
"relativistas" están persuadidos de que la forzosa
contradicción que el éter genera a sus espaldas es
pura apariencia, un espejismo del cerebro, alegan,
cuando este se enfrenta a fenómenos que se encuentran
más allá de su competencia.
En esta difundida falacia se presupone que los límites
del conocimiento
humano están en la víscera aludida en vez que en
los medios empleados para conocer, y no hay un recurso que pueda
llevarnos más cerca de la verdad que la lógica ya
que es como un tallo de la misma que desciende hasta nosotros.
Pero es tan difícil asirla cubierta como se halla de
espinosa didáctica y pringosos prejuicios que la
humanidad se ha desperdigado por incontables creencias en la
búsqueda de algún atajo.
Si Einstein hubiera tenido conciencia de lo que significa
prescindir del sistema único de referencia, quizás
su obra hubiera consistido en más ingeniosas aplicaciones
de la física clásica como lo fueron algunos de sus
primeros trabajos. En lugar de ello articuló la
relatividad con su propia versión del éter y se
exilió de la realidad, de ahí las paradojas e
ilogicidades que según sus prosélitos no son
más que fallidas interpretaciones de nuestras inadecuadas
mentes clásicas.
En realidad las llamadas paradojas no son tales sino
banalidades que afloran en el empeño de articular los
fenómenos con una teoría absurda, cuya consecuencia
es que la "teoría de la relatividad restringida" nunca se
aplica porque de hacerlo se pondría en evidencia su
falsedad. Ver para creer:
En su expresión matemática
del resultado del experimento de Michelson-Morley las ecuaciones no
corresponden a la teoría de Einstein sino a la de Lorentz,
y no es válido el argumento de que esta es parte de la
otra, porque las ecuaciones de Lorentz explican que el resultado
de dicho experimento se debió a la contracción del
interferómetro en su propio sistema, mientras que la
teoría de Einstein dice que dicha contracción no
ocurre en el sistema de referencia del observador.
Esta conspicua contradicción no hace mella en la fe de
sus devotos. La rebuscada aplicación de la teoría
de Einstein más la fe en ella depositada es la mezcla
refractaria al análisis que determina su vigencia; tanto
se ha alejado la física de la lógica que esta
condición de ininteligibilidad es prácticamente un
principio de la física moderna.
Hace cien años que la luz de esta fundamental ciencia
está fuera de servicio
alentando el regreso de posturas irracionales en otras ciencias y en
espacios importantes de la cultura.
La aplicación de la propia teoría de Einstein
desnuda su falsedad: en el experimento de Michelson-Morley se
revela como superflua porque el interferómetro no debe
contraerse en su propio sistema, por lo tanto en la
expresión matemática de arriba sobran los
denominadores pitagóricos porque estos representan el
movimiento del aparato en un éter que lo encoge
según su velocidad, y si los quitamos no quedan más
que expresiones clásicas describiendo el resultado de esa
experiencia.
Como ha sucedido con otras teorías a lo largo de la
historia de la
ciencia, los frutos de la teoría de Einstein se deben a lo
que esta tiene de verdadera: el componente newtoniano. Prever el
atraso de los relojes en sistemas
acelerados es una de las consecuencias de la física
clásica que no ha sido advertida. En el planteo de "la
paradoja de los gemelos" el movimiento rectilíneo uniforme
nunca puede generar una diferencia en los tiempos medidos por los
relojes dada la relatividad del movimiento, la diferencia solo
surge porque uno de los hermanos es sometido a aceleración
en su viaje de ida y vuelta, de modo que la diferencia en los
tiempos medidos por sendos relojes se debe a la
aceleración como único motivo y que la
aceleración atrase los relojes no justifica el asombro ni
augura futuros viajes en el
tiempo.
Se comprende en el hecho de que si la luz debe viajar
permanentemente ida y vuelta una distancia fija entre dos espejos
instalados en un sistema acelerado, como muestra el dibujo
de abajo, los tiempos de recorrido serán mayores cuanto
más lo sea la aceleración, por lo cual la verdadera
interpretación del fenómeno pasa por la relatividad
de la velocidad de la luz y no por la del tiempo.
Como ejemplo nos sirve el experimento de Sagnac: las luces que
parten desde un mismo lugar en direcciones opuestas hacia un
punto geométricamente equidistante en realidad no recorren
la misma distancia ya que están sometidas a aceleraciones
centrífugas diferentes.
Aunque haya que retocar algunos principios, no caben dudas de
que la física de Newton es la adecuada para describir los
fenómenos. Tanta insistencia en introducir el éter
se debía a no reparar en otro modo en que la onda luminosa
pueda propagarse, siendo que en su asombrosa adecuación la
dicha teoría provee ese medio sin generar paradojas.
Porque habiéndose comprobado experimentalmente la
inexistencia del medio universal de propagación de la luz
y con la original física newtoniana recuperada, precipita
el velo que nos impide ver, en el resultado del experimento de
Michelson-Morley, por ejemplo, un fenómeno de importancia
copernicana: luego de reflejarse o traspasar un cristal la luz se
propaga mediante el "sistema" del cuerpo donde esto ocurre.
De esta conclusión, que habiendo sido tempranamente
considerada se dejó de lado, se deduce que el medio de
propagación de las ondas en el vacío no es
universal, ni único ni independiente de los cuerpos, sino
que es inherente al "ser" de cada uno de estos.
Esto nos revela un hecho que obliga a cambiar de perspectiva:
el "ser" de cada cuerpo material no termina en su superficie. De
la existencia de los llamados "campos" (infinitos en
extensión) y el principio de relatividad se infiere la
infinitud de los mismos.
Si hemos aceptado la infinitud de los "campos" ¿Por
qué no aceptar la infinitud de los cuerpos? Nuestra
familiaridad con la "superficie" de los mismos es lo que nos
confunde.
Quizás el universo
consista en entes elementales cómo postulaba
Demócrito: los verdaderos átomos. Pero en lugar
partículas minúsculas serían infinitos en
extensión y con un centro que confundimos con ellos; y lo
que entendemos por partícula compleja o cuerpo masivo sea
una apretada estructura de
tales centros más o menos estable.
No es fácil la deglución de esta idea, ya que
carece de un modelo análogo tangible como sí lo
tiene el éter en la atmósfera. Pero no
hay otra opción, porque suponer la existencia de cualquier
versión de un tercer medio universal como asiento de los
mencionados campos contradice la relatividad.
No obstante ello por siglos se ha optado por este supuesto
tercer medio y adaptado a como dé lugar. Pero como han
mostrado los experimentos, la atmósfera propagadora de
ondas no es análoga al medio en el que se transmite la luz
porque no pertenece al sistema de la fuente.
Dado que cada cuerpo material es el centro de un sistema de
extensión infinita, es de esperar que su presencia se
debilite con la distancia al centro según la ley del inverso
del cuadrado de la distancia, y siendo este el medio de
propagación de las ondas su debilitamiento se
reflejaría en su velocidad y/o frecuencia.
Esto desemboca en una explicación distinta del efecto
Doppler al corrimiento al rojo en el espectro luminoso de las
galaxias lejanas y de la cual no se deduce ningún Big Bang.
Con respecto al experimento fundamental llamado "de la doble
rendija", parece no haber menciones acerca del de la triple o
cuádruple rendija. Desde el punto de vista de este informe
no parece muy arriesgado apostar que una partícula puede
pasar por varias rendijas a la vez, ya que, como hemos visto,
lejos de ser muy pequeña se extiende infinitamente desde
el centro que identificamos con ella.
A pesar de que lo que conocemos como cuerpos materiales
aislados en realidad están traslapados en el universo, con las
leyes de
Newton es posible explicar por qué esto no implica
interacción instantánea universal.
Algún elemento para su posible desarrollo se
vislumbra más adelante en una referencia a la ley de
acción
y reacción.
Tenemos entonces dos proposiciones fácilmente
verificables para restaurar la relatividad de Galileo y dar un
enorme salto en la comprensión de los fenómenos
naturales.
1) La luz debe tener cualquier velocidad en el vacío
debido a la validez universal del teorema de adición de
velocidades.
Ningún cerebro infectado por el espacio absoluto
considera la posibilidad de que un haz de luz conste de distintas
velocidades; este es el motivo por el cual este experimento no se
hizo anteriormente.
2) La luz tiene una sola velocidad respecto de los cristales y
espejos que originan su trayectoria.
Aquí se está en acuerdo con el principio de
relatividad y con el resultado de los experimentos de Michelson y
otros.
A esta velocidad única respecto de transparencias y
espejos la llamaremos f, medida por Fizeau, para no confundir con
c que significa constante absoluta.
La fuente de luz escogida para este experimento es el arco
voltaico con electrodos de carbón. Como este origina luz
en un ambiente
altamente cinético de gases,
partículas y carbón incandescentes, se supuso que
sus átomos se comportarían como fuentes
móviles de luz de múltiples velocidades, aunque
hubiera bastado una llama intensa tal cual la utilizada por
Fizeau en su medición, o un sólido incandescente
como fuente de luz directa de velocidades varias. Quizás
este último recurso hubiera dado también resultado
porque surge de lo aquí expuesto que aun se ignora a que
velocidad parte la luz desde los distintos niveles de
energía de un átomo.
Fizeau, en su experimento de medición de la velocidad
de la luz, atendía la luz que volvía del espejo
ubicado a kilómetros de distancia por el mismo espacio
entre dientes de engranaje por el cual la enviaba. Tal
disposición obliga a utilizar un semi-espejo que
interfiere la luz entre la fuente y la rueda en el inicio de la
trayectoria. Por consiguiente, la velocidad de luz obtenida no
fue otra que la retransmitida por tal semi-espejo.
Además, no era necesario que la luz vaya y venga por el
mismo espacio entre dientes ya que por simetría daba lo
mismo observar el regreso de la luz en otras posiciones de la
circunferencia de la rueda, lo que hubiera simplificado en mucho
el dispositivo utilizando luz directa.
¿Cuál es la razón, entonces, de que no se
haya hecho la experiencia de este modo más simple que
además obviaba interferencias? ¿Qué sentido
tiene interponer un semi-espejo? La razón es que del modo
simple Fizeau no hubiera obtenido medición alguna.
Según la tesis defendida aquí, la luz directa
está compuesta por distintas velocidades, y dado que los
dientes de la rueda y el espacio entre ellas tenían la
misma medida, los dientes solo podían interceptar la luz
de una sola velocidad. De haberse usado luz directa, desde la
rueda hasta el espejo lejano hubiera viajado luz de distintas
velocidades, y a su regreso las que fueran más
rápidas y más lentas (en su viaje de ida) que la
luz del semi-espejo no hubieran sido interceptadas a su regreso
por los dientes de la rueda y de tal interceptación
dependía el cálculo.
Que se sepa, y lo confirma su experimento, Fizeau nunca
contó con que una llama emite luz de diferentes
velocidades (al igual que en el encéfalo de cualquier
físico, en el de Fizeau dominaba el "espacio"), pero el
haber interpuesto dicho semi-espejo, cualquiera sea el motivo que
lo llevó a esto, le permitió obtener una medida: la
de la velocidad de luz en su medio propio de propagación,
esto es: en el sistema de su fuente, o lo que es lo mismo,
respecto del semi-espejo.
La hipótesis del éter no permitió que
Fizeau entendiera lo que estaba viendo: que la luz de la llama se
compone de distintas velocidades y que el reflejo las
uniformiza.
El experimento aquí en escena es básicamente el
mismo, presentado por un seso corriente que al no arrastrar
semejante rémora consigue despegar un poco. Quién
sabe hasta dónde se expandirán las fronteras del
conocimiento cuando se liberen los "pesos pesados" de esta
ciencia y sus inmensos recursos.
El experimento
Hace dos años que tengo preparado el dispositivo que se
describe en los párrafos siguientes, a la espera de que se
den las circunstancias para su realización. Es probable
que esto suceda antes de que termine el año 2008, y
según me ha informado un entusiasta que nada tiene que ver
con el tema, sobre una distancia de 50 Km.
El anterior fue realizado en un recorrido de 700 metros. Las
luces de diferentes velocidades no tuvieron oportunidad de
diferenciarse de un modo que resulte evidente para todo
observador.
Las hipótesis de diseño para este experimento
son las siguientes:
1) La luz generada por llamas, sólidos
incandescentes y arcos voltaicos podría estar compuesta
por diferentes velocidades de la misma: aquí utilizamos el
último tipo de fuente.
2) Cuando estas luces de varias velocidades atraviesan cuerpos
transparentes: líquidos, acrílicos, cristal,
vidrio, etc., emerge con velocidad única (la mal supuesta
c) respecto de dichos elementos.
Esto también es igualmente impensable para los
infectados por el "espacio": ellos no encuentran razones para que
la velocidad de la luz sea distinta antes que después de
reflejarse o traspasar un cristal; para ellos el medio de
transmisión es el mismo: universal.
Si bien la realización correcta de este experimento es
en el vacío, también hay que ver qué sucede
en la atmósfera. Si esta se comporta según la
segunda hipótesis -esto es: igualando las velocidades de
luz- no se obtendría ningún resultado. Pero
aún nada se ha perdido: el siguiente paso es conseguir,
alinear, vaciar un tubo de un diámetro y longitud a
determinar y adaptar el dispositivo a esa situación. Como
el arco voltaico y la llama no funcionan en el vacío,
habría que utilizar algún sólido
incandescente como fuente de luz de múltiples
velocidades.
En el dispositivo utilizado no se efectúan mediciones
sino que se expone un fenómeno nunca visto,
pudiéndose observar que en la luz de arco voltaico hay
mayores y menores velocidades que la supuesta c -llamada f en
este caso- que retransmite un vidrio transparente.
Huelga decir
que dicha observación invalida toda teoría
contaminada de "espacio" incluida la de Einstein con su
éter subrepticio.
Cuando Einstein vio que la lógica formal no concordaba
con su teoría, se le ocurrió decir que los dioses
reían a carcajadas de las leyes que los hombres dictaban a
la Naturaleza: la lógica formal era solo un conjunto de
reglas del pensar humano que no estaba a la altura de la
física del siglo que empezaba; la comunidad
científica permaneció impávida ignorando el
hecho de que rendir la lógica es rendir la ciencia.
Si el segundo postulado de la relatividad de Einstein fuera
verdadero, dos rayos de luz provenientes de dos fuentes en
diferente estado de movimiento deberían recorrer una misma
distancia en un mismo tiempo.
Contra toda actitud razonable esto nunca fue sometido a
comprobación del modo en que surge de este enunciado. Si
no fuera tan difícil poner de acuerdo tantos miles de
individuos a través del siglo y de las naciones no siempre
amigas, habría que sospechar de un enorme complot contra
la ciencia, ya que en los experimentos hechos para poner a prueba
el principio de constancia de la velocidad de la luz las
conclusiones comúnmente aceptadas no se desprenden de los
resultados. En el experimento de Alvager, para no nombrar a todos
los mal hechos y/o peor interpretados, la luz hace su recorrido
partiendo de un punto inmóvil respecto del punto de
observación, lo cual no da motivo para esperar velocidades
de luz distintas de f. No es posible deducir de este resultado
que la velocidad de la luz es constante sino que se propaga
mediante el sistema de su origen de trayectoria, por lo cual lo
que en realidad hacen los dispositivos de Alvager; de Michelson;
etc. es darle respaldo fehaciente a la segunda hipótesis
de este experimento.
Para hacer observable la diferencia de velocidades entre la
luz directa originada en el arco voltaico y la misma
después de atravesar un vidrio, hay que disponer -para
incrementar las probabilidades de éxito- de un recorrido
de varios quilómetros (como en el experimento de Fizeau),
entre dos discos idénticos que giran sincronizados. Cada
disco tendría cierto número de ventanas (doce en
este caso) distribuidas uniformemente cerca de la periferia, que
en el primer disco oficiarían de puntos de partida y en el
segundo disco como puntos de observación en la
llegada.
Dado que la luz parte desde las ventanas del primer disco
durante el tiempo en que estas lo permiten, podemos considerar
que desde las mismas parten segmentos de luz, y como los dos
discos están sincronizados, en el disco de llegada o de
observación podemos escoger la parte del segmento que
queremos ver. Esto se lleva a cabo desplazando nuestro punto de
observación moviendo apenas la cabeza hacia ambos lados de
la zona en que la luz es visible: así podremos ver el
extremo anterior del segmento de luz (moviéndonos en el
sentido contrario al de giro del disco) y el extremo posterior
del mismo (moviéndonos a favor de este). Esta es la parte
importante de la prueba porque de este modo discriminamos las
diferentes velocidades de luz debido a que la luz que proviene
del vidrio tiene la misma velocidad a lo largo de cada segmento y
la directa no, por lo cual la longitud de los segmentos de luz
que parten desde el vidrio permanece constante a lo largo del
recorrido y los constituidos por luz directa se estiran durante
el recorrido al constar de velocidades distintas.
El arco voltaico es encerrado en una caja de cerámica y solo se deja salir luz por una
ventana circular de 8 mm. de diámetro. Esta medida de la
abertura, que parece exagerada para que la luz pase, es
conveniente para recibir un caudal suficiente que la haga visible
a tanta distancia, pero más que nada para que se distinga
del efecto de difusión en los bordes de las ventanas.
Ya se dijo que como punto de partida para el recorrido de la
luz se instala uno de los mencionados discos, cuyas ventanas son
de la misma medida que el de la caja de cerámica.
Suponiendo que los discos giran a 1500 rpm (si es posible
muchísimo más) y las ventanas fueran doce, entonces
300 veces por segundo, esto es cada vez que una ventana del disco
se alinee con la de la caja de cerámica, un segmento de
luz inicia su recorrido.
Entre la ventana de la caja de cerámica y el disco de
partida hay un cuadrado de vidrio que cada segundo se interpone y
se quita movido por un electroimán, de modo que durante un
segundo desde dicho disco inician trayectoria los segmentos de
luz que traspasaron el vidrio y durante el siguiente segundo los
de la luz directa del arco voltaico.
Estas luces de diferente origen recorren la distancia ya dicha
hasta el segundo disco idéntico que gira sincronizado con
el primero donde por medio de sus ventanas se visualiza la
llegada de la luz.
Los discos son movidos por dos motores
eléctricos sincrónicos iguales y su fuente de
energía es la misma: la red eléctrica
nacional.
Es importante la suficiente separación entre las
ventanas en cada disco para evitar la superposición de
haces en el disco de observación.
Como la luz directa del arco y la que pasó por el
vidrio tienen distintas velocidades, arriban en distintos tiempos
al disco de llegada, lo que toma a este en distintas posiciones
lo cual se verifica observando por sus ventanas.
Demás está decir que este fenómeno se
vería más nítido cuanto mayor sea la
velocidad de los discos.
Por supuesto que en el disco de llegada, con sus 1.500 rpm, no
vemos las ventanas individuales sino una franja circular
continua; pero debido al sincronismo la luz que parte del primer
disco es visible en un número de posiciones fijas igual a
número de ventanas en el disco de llegada.
Solo necesitamos una de ellas y mirando por cualquiera hay una
zona, que llamaremos zona media, que si bien lo que nos llega son
segmentos de luz con una frecuencia que depende del número
de ventanas y la velocidad de los discos, la remanencia de la
retina nos hace ver luz en forma continua. Otra razón por
la cual en dicha zona y en estas circunstancias vemos luz en
forma continua es porque en esa posición del disco nos
llega solamente luz de velocidad media: durante un segundo la
procedente del vidrio y durante otro segundo: luz de velocidad
media que forma parte de las varias originadas en el arco
voltaico.
Esta percepción
continua de luz en la zona media confirma la
sincronización de los dos discos ya que cada vez que parte
luz desde una ventana del disco de partida la recibimos en una
determinada posición en el disco de llegada. De no estar
sincronizados los dos discos veríamos la luz parpadear
lentamente según la diferencia en sus velocidades.
Dijimos entonces que en dicha zona media de observación
no se interrumpe la visión de luz porque ya sea la
originada en el vidrio o la directa del arco voltaico se trata de
luz de velocidades medias. Pero si cambiamos apenas el punto de
observación moviendo la cabeza hacia ambos lados de la
zona media (dado que a los ojos los tenemos incrustados en la
cabeza a diferencia del caracol que los tiene en la punta de
tentáculos), en el sentido contrario al de giro del disco
veremos luz que llega antes al disco (luz directa más
rápida) y a favor veremos la luz que llega después
(luz directa más lenta) que la retransmitida en el vidrio.
Esto sucede porque el arco voltaico emite esas velocidades de luz
mayores y menores y el vidrio no. Por lo que, si nos movemos
apenas hacia derecha e izquierda de la zona media, la luz de
velocidad f retransmitida en el vidrio deja de verse y la luz de
velocidades más lentas y más rápidas se
hacen evidentes debido al parpadeo resultante cada vez que se
interpone el vidrio.
Este fenómeno deja de manifestarse si dejamos
interpuesto otro vidrio entre el arco voltaico y el vidrio
móvil, porque las luces que parten del primer disco
tendrán todas la misma velocidad f, la que hasta esta
demostración se suponía c.
Conclusión
A pesar de la solidez de la argumentación esgrimida y
la redundante aprobación de la naturaleza mediante el
experimento, no se espera que esta novedad se reciba con los
brazos abiertos (de hecho no ha causado la más
mínima reacción).
Los cambios siempre han sido resistidos tanto por motivos
extracientíficos como por razonable prudencia.
Sin embargo este punto de vista tiene mucho a favor: no
propone ideas excéntricas de imposible digestión
sino la generalización de conceptos de uso corriente en
gran parte del quehacer científico y
tecnológico.
Se sabe que una vez establecida una teoría no se
abandona porque haya hechos que la contradicen sino hay otra que
la reemplace. Siendo así como evoluciona la ciencia la
restauración de la física clásica no
implicaría cirugía mayor sino algunas abluciones de
lógica: solo se trata de extender el dominio de una
teoría en vigencia sobre el de otra que nunca
explicó nada sino que se le atribuía hacerlo.
La relatividad excluida de la óptica y el
electromagnetismo tuvo una crisis en el
siglo diecinueve cuando fracasaban los intentos de evidenciar al
éter y de conjugar la dinámica de Newton -sin
referente universal de movimiento- con la electrodinámica
de Maxwell -por suponerse erróneamente que el asiento de
los fenómenos electromagnéticos era universal.
Durante el siglo 19 y al principio del 20, todos los esfuerzos
se abocaban a la absurda búsqueda de un modo de articular
dos ideas lógicamente opuestas, y antes de reparar en que
el problema consistía en la falsedad de una, se interpuso
Einstein con la teoría en la cual la hipótesis
falsa parece no existir y la comunidad de la física dio
por terminado el asunto.
Si bien las ecuaciones de Maxwell nunca estuvieron bajo
sospecha, su autor basó sus elucubraciones en la
existencia de un medio universal como soporte de los campos
eléctricos y magnéticos.
Para Maxwell, un imán o un cuerpo cargado
eléctricamente existen en sistemas distintos al de sus
campos inherentes, lo cual implica la ignorancia del principio de
relatividad. Si Maxwell hubiera asimilado dicho principio,
habría dado por hecho que dichos cuerpos y sus campos
constituyen un mismo sistema y que las modificaciones en la
intensidad de los mismos se propagan en ellos como ondas a la
velocidad de la luz.
Por lo tanto no hay obstáculo para que la velocidad de
la luz dependa de la velocidad de la fuente ya que su medio de
propagación no es ajeno sino solidario a esta: la fuente y
el medio de propagación de la luz se mueven a la misma
velocidad, son el mismo sistema: el principio de relatividad
implica la relatividad de la velocidad de la luz.
Si bien generamos campos magnéticos con corrientes
eléctricas y viceversa, resulta evidente que la
propagación de la onda electromagnética no se debe
al "salto al rango" autosostenido en la nada entre campos
magnéticos y eléctricos tal cual es la
interpretación admitida, ya que como se observa en la
representación gráfica de ese supuesto
fenómeno, las intensidades en ambos campos crecen y
decrecen hasta un valor cero
simultáneamente. En tales circunstancias no hay modo en
que uno genere el otro.
A riesgo de abusar
de la paciencia del lector, hay que decir que solo a partir de
este enfoque se encarrilaría en la física real. Por
fin se erradicaría al espacio referencial que tanto
confundiera a los investigadores del movimiento: hizo que
Zenón negara sin más la posibilidad del mismo, y
que Einstein, no menos temerario, pregone la relatividad de
magnitudes constantes.
Hemos visto que a partir de Fresnel hubo un espacio absoluto
en la progresiva adquisición de propiedades
físicas, comenzando con la de propagar la onda luminosa
negando el principio de relatividad. Lorentz le agrega la de
contraer los cuerpos materiales en el sistema de referencia del
observador sin que a este le sea posible conocer la medida de esa
supuesta contracción. Einstein innova declarándolo
prescindible, sin que su prescindencia le impida contener todos
los cuerpos del Universo deformándose según la masa
de los mismos.
La física de Einstein parece funcionar debido a su
componente newtoniano, porque cuando propone una misma velocidad
de luz para dos sistemas de referencia en movimiento relativo no
está utilizando su segundo postulado sino la ley de Newton
de acción y reacción para interacciones entre
cuerpos a velocidades comparables a la de la luz. Como no es
posible que la acción y la reacción sean
simultáneas, ya que una es causa de la otra, hay un tiempo
entre estas y dadas las experiencias -siendo necesaria una
velocidad de transmisión de estas fuerzas- esta
sería la de la luz.
Esto se torna evidente cuando tal interacción es por
intermedio de un campo eléctrico, magnético o
combinado, como en el caso de un espectrógrafo de masas.
El tiempo entre acción y reacción es aquí
palpable porque disminuye la fuerza de interacción cuando
esta se efectúa por medio de estos campos a velocidades
lumínicas.
Entonces, lo que se ve en los espectrógrafos de
masas nunca ha sido un aumento de la masa con la velocidad en las
partículas sino una desviación menor de sus
trayectorias por causa de la disminución de la fuerza de
interacción. Esta depende del tiempo entre acción y
reacción, que a su vez depende de la relatividad de la
velocidad de la luz.
Según lo expresa el famoso factor pitagórico,
esta velocidad de propagación de la fuerza
electromagnética es función de
la velocidad relativa de los cuerpos que interaccionan. La masa
de una partícula no se vuelve infinita a la velocidad de
la luz sino que nula la fuerza que habría de desviar su
trayectoria o acelerarla.
Al quitarnos de encima la autoridad concedida a Einstein y la
presión
del actual consenso, podemos ver en el factor pitagórico
una expresión newtoniana que no representa otra cosa que
la relatividad de la velocidad de la luz en una teoría que
se basa en su constancia.
Siendo la relatividad einsteniana un punto de vista de
contradicciones conspicuas, cabe la pregunta de por qué
Einstein aseguraba que estas solo aparentaban ser tales.
La respuesta es que su juicio estaba empañado a negro
por la densa atmósfera subjetivista en la que estuvo
inmerso durante sus años de formación: (estudiaba
física con la "Crítica
de la Razón Pura" y libros de Mach
abiertos sobre su escritorio…)
La autoridad de estos filósofos sin duda pesó mucho en el
joven Einstein, ya que en su inverosímil modelo de
realidad tal influencia es obvia (de veras que fue consistente
cuando dijo: "lo único que interfiere con mi aprendizaje es mi
educación")
Limpio de polvo y paja el núcleo de la relatividad
einsteiniana no es otro que el siguiente:
"Cada observador en su sistema de referencia se encuentra en
reposo en el éter de Lorentz."
A pesar de que esta elucubración reniega de las
inexorables leyes de la lógica, hoy sigue siendo
devotamente defendida, lo que demuestra que las teorías no
conquistan el mundo porque los análisis exhaustivos
conduzcan a los científicos a las mismas conclusiones.
Este punto de vista reniega de la lógica porque los
sistemas no pueden moverse entre sí y a su vez estar
inmóviles respecto a un tercero.
Einstein nunca sabría de su viaje por vías
muertas, su "universo" era el que alucinaba en su escafandra
subjetivista:
"Cada observador no es lo mismo que todos los observadores: el
ser de cada observador no sometido a aceleración es
consustancial al éter de Lorentz, por lo tanto, todo lo
que se mueva lo hace absolutamente a su respecto, cada uno es un
observador privilegiado inmóvil en su propio
universo."
No es lo mismo que cada observador sea privilegiado a que
ninguno lo sea: es en la relatividad galileana donde no hay
privilegios. De esta no se deduce que a la gente situada en
sistemas que no son el mío les pasen cosas raras, como que
se le atrase el reloj y lucir achatados.
Hemos leído que la genialidad de Einstein fue:
subjetivizar la Física…
Es probable que si alguna vez se sale de este pantano, los
años de vigencia de la relatividad einsteniana sean
recordados como la edad oscura de esta ciencia. En su afán
de conciliar la relatividad y el espacio absoluto optó por
desechar la lógica con las consecuencias surrealistas que
conocemos.
A eso nos lleva el subjetivismo: a transportarnos hacia mundos
fantásticos, a inspirarnos solazadas ideas como que "solo
yo existo", "el mundo es una ilusión", "la realidad
depende del observador" y cosas así. La cual no es una
actividad menor: es un sano ejercicio para la mente, siempre y
cuando no se subordine la ciencia a la fantasía para toda
la eternidad, como parecen darlo por hecho los adherentes de la
teoría en cuestión.
La relatividad einsteiniana propone, dijimos, que cada
observador es solidario al éter de Lorentz, lo cual
explicaría, sin abandonar el referente único de
movimiento, por qué la velocidad de luz se había
exhibido como constante a pesar del movimiento de fuentes y
observadores. Era problema del buen Dios si para esto en los
sistemas ajenos los metros patrones debían encoger hasta
desaparecer, las horas ser eternas y los kilogramos incrementar
su masa hasta el infinito a la velocidad de la luz.
Se desestiman aquí los resultados de experimentos en
los cuales la existencia del éter se habría
verificado ya que no reúnen condiciones para invalidar los
resultados obtenidos por Michelson y de ser contradictoria la
supuesta intención de reivindicar a Newton de ese modo
porque, como se ha dicho muchas veces a lo largo de estas
páginas, "el éter es excluyente con el principio de
relatividad".
En la página
www.trestipos.com.ar/ledesma/index.php se
encuentra un desarrollo más minucioso de algunos de los
argumentos para la hipótesis propuesta en este informe y
un gráfico móvil con su correspondiente
análisis, que debería convencer al más
fanático, en la sección "El segmento
increíble".
Autor:
Ing. José Miguel Ledesma
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